Por Marina Pacheco, para Mar&Pesca.
En el muelle de Puerto Deseado, entre carteles de advertencia por reparaciones y el ir y venir de marineros, aparece Lucho Muñoz con una sonrisa amplia y el paso tranquilo de quien conoce bien el oficio. Su buque, el Argenova XXI, descansa en tercera andana y espera la cuenta regresiva para volver a las aguas del sur, cerca de la isla de los Estados.
“¿De dónde sos?”, le pregunto. La respuesta llega con una tonada chilena inconfundible:
—Yo soy del Argenova XXI, que está de parada biológica. Pero me la paso aquí, en esos barcos —dice, divertido, mientras señala los pesqueros alineados.
Lucho nació en Viña del Mar y desde siempre estuvo ligado a la pesca. Comenzó en embarcaciones artesanales, siguiendo una tradición familiar, hasta que un día ingresó a Pescanova Chile. “Fue una linda época —recuerda—. La empresa me llevó también a África. Después me ofrecieron venir a la Argentina. Oiga, compadre, se necesitan marineros en Argentina para la merluza negra, me dijeron… y sin pensarlo me vine”.
Desde entonces, su vida quedó anclada en Deseado. Dice que la pesca de merluza negra es la actividad “más cuidada” y que, si debe elegir un arte de pesca, se queda con el palangre. “El pescado sale limpio y entero. Se largan cien mil anzuelos”, explica con orgullo.
Claro que no todo es sencillo. Están los cachalotes y las orcas, que aprovechan para darse un festín con las capturas. “Son una peste. La orca es muy inteligente: se come todo el pescado y cuando uno levanta los equipos, sólo quedan las cabezas. Pueden arruinarnos todo un día de pesca. Por eso, cuando las detectamos, lo mejor es correr de lugar”, cuenta.
Hoy, Lucho navega en el Argenova XXI, un arrastrero, donde las orcas no representan la misma amenaza, aunque confiesa que alguna vez un cachalote quedó enredado en las redes. “Es que el cachalote no piensa, no ve el peligro”, reflexiona.
Un puerto para siempre
A sus 66 años, inició los trámites de jubilación. No piensa en volver a Chile: su futuro lo sueña en Puerto Deseado. “Ya estoy pagando un terrenito para hacerme mi casita. Soy solo, pero aquí tengo todos mis amigos. Deseado no se compara con ningún otro puerto del país. Me enamoré del lugar y aquí me quiero quedar”, asegura este marinero que llegó desde Viña, pero que hoy late con corazón argentino.