

Esta vez, el discurso de su presidente, Domingo Contessi, se convirtió en una radiografía descarnada del sector pesquero, con especial énfasis en el colapso de la rentabilidad del langostino, la pérdida de competitividad y el impacto de costos distorsionados que —según alertó— están poniendo en jaque la continuidad de toda la cadena productiva.
“El langostino que conocíamos ha muerto”, afirmó sin rodeos. “Ese recurso que fue el motor de la renovación de flota y que llegó a representar el 65% de nuestras exportaciones ya no existe más. Lo podemos llorar, añorar, pero si no nos adaptamos a esta nueva realidad, la crisis será mucho más profunda de lo que imaginamos”.
Costos fuera de lógica y una cadena desbalanceada
Contessi apuntó con claridad hacia el desbalance estructural del negocio langostinero. “No es sostenible que el 60% del costo operativo de un barco esté representado por salarios”, aseguró. “No es lógico que la descarga de langostino cueste el doble o el triple que un cajón de merluza o de anchoíta. No es razonable que un estibador gane más que un marinero, ni que el salario por producción de un embarcado se siga pagando sobre valores del pasado que ya no volverán”.
El industrial también señaló que muchos costos vinculados al langostino no guardan relación con la nueva realidad del mercado. “Pretender cobrar insumos langostineros por encima de los valores de otras especies, como si el precio de venta siguiera siendo el de hace tres años, es negar la crisis. Y negar la crisis es agravarla”, sentenció.
La advertencia fue clara: si el negocio sólo es viable para un sector —ya sea el trabajador, la estiba, el armador o el procesador— y no para todos, el sistema entero se vuelve inviable. “No sirve que un solo eslabón gane si el resto pierde. Eso no es desarrollo, es desequilibrio”, planteó.
El nuevo langostino: menos ingresos, pero aún con potencial
Contessi también introdujo un concepto clave: aceptar que el langostino ha cambiado y que, aunque conserva volumen y cualidades, ya no genera los mismos márgenes. “Existe otra especie con características similares, pero vale tres veces menos. Si aprendemos a trabajar con esos valores, podemos seguir generando empleo y sosteniendo esta industria”, explicó.
Y agregó: “Hace 25 años, si nos hubieran ofrecido esta ‘nueva-vieja especie’ como única opción, la habríamos abrazado con entusiasmo. El problema es que venimos de años de abundancia mal gestionada, y no supimos corregir a tiempo”.
Llamado al Estado y a un acuerdo multisectorial
Contessi también dirigió su mensaje al Estado. “Ya el campo tuvo su reducción de retenciones. El sector pesquero también necesita oxígeno. Hoy estamos exportando a pérdida y seguimos pagando aranceles. Es hora de que se nos escuche”.
Por otra parte, valoró el reciente acuerdo con la marinería de la flota tangonera congeladora, pero advirtió que no alcanza. “No podemos repetir el error que nos hizo perder la mayor parte de la temporada en aguas nacionales. Se esfumaron más de 300 millones de dólares en exportaciones, sueldos e impuestos. No pongamos ahora en riesgo la temporada de Rawson”.
Su propuesta fue clara: un pacto entre todos los actores del sector para reordenar la actividad con criterios realistas. “Debemos dialogar, aceptar los nuevos números y ceder cada uno en algo. Lo contrario es caminar directo hacia una crisis irreversible”.
La incertidumbre como horizonte
Por último, el presidente del Astillero alertó sobre el impacto que la actual situación ya está generando en el propio astillero. “Nos quedan dos botaduras más este año. Después, la incertidumbre. Hace más de 18 meses que no firmamos nuevos contratos. Vamos a seguir trabajando, incluso construyendo en stock para no reducir personal. Pero no tiene lógica desde lo empresario. Lo hacemos por vocación y compromiso”, aseguró.
La jornada terminó con aplausos, pero también con una sensación de alarma. La celebración por un nuevo barco estuvo atravesada por un mensaje potente: si no se corrigen los desajustes económicos y se reordena la pesquería del langostino, el futuro de toda la industria —desde la banquina hasta las plantas procesadoras— corre serio riesgo de naufragar.